Imaginese un individuo cualquiera, de la clase trabajadora, que pasa casi todo el día en su trabajo realizando labores de rutina seis días a la semana. Imaginese también que este individuo, en su niñez, fue educado en una familia de sujetos similares, pertenecientes a alguna religión teísta. El individuo muy probablemente defenderá la religión, por que de ella obtuvo la moral, una moral que, aunque no puede seguir “al pie de la letra”, le ha servido de guía; le ha sido útil. Además, existen dos sensaciones que se funden y confunden a favor de su religión, primero, la fe como sensación, como un indicador de que existe un “algo” que le acompaña siempre y la fe como consuelo, un consuelo proveniente de una filosofía que le ayuda a vivir sin temer más de la cuenta a la muerte, pues, según su religión, otra vida sigue a la muerte. La experiencia le ha enseñado a no fiarse de primeras impresiones, que los sentimientos y las imagenes son engañosas, o, en resumen, que sus sentidos a veces lo engañan ( son inexactos). Entonces, como sus sentidos son imprecisos o engañosos, no le resulta en absoluto inconcebible la idea de un Dios que no pueda ver ni tocar. Otra cosa, dado que existen escritos considerados como fuentes fiables, consideradas evidencia histórica, su religión, que se fundamenta en ellos, es más que solo en invento de una persona, más que otras llamadas “sectas”.
¿Porqué he pedido que se imagine un individuo así?, Por que ese es un hombre religioso común de la clase obrera, que es representativo de la mayoría en varios países y que, con una vida sacrificada, un mal sueldo con exceso de horas tal que apenas le dejan tiempo para comer y muchos menos para filosofar, forma uno de los tantos aquellos en quienes pensó H. Bloom cuando dijo que: “ya tienen demasiadas angustias y prefieren la religión como alivio”.
Imaginese ahora que este individuo se topa con algún ateo y que por esas cosas de la vida, por alguna frase o noticia en la portada de algún diario, surge el tema de la religión. ¿Qué es lo que le pediría el ateísmo a nuestro individuo? Le pediría dejar su religión, le pediría (así lo sentiría él), renunciar al consuelo que le evita caer en desesperación ante la inevitabilidad de la muerte, ante una existencia sin sentido, efímera e insignificante, le pediría abandonarse a la nada o al caos, quedarse con todas las angustias de su vida y con ningún alivio; le pediría admitir que no hay nada que determina el curso de los acontecimientos y que por lo tanto, todo ruego es en vano; pues no hay a quien rogar. Le pide el ateísmo a nuestro individuo adoptar una postura desoladora, fatalista, pesimista. Le pide aceptar algo contrario a todo lo que se le ha enseñado y que le hace daño; un absurdo. De allí que este hombre considerará agresivo, insensible, “cuadrado” y casi, si es que no, insultante al ateísmo (y a veces, por omisión, también a las variantes agnósticas). De hecho el ateo puede ser efectivamente un ser triste, desolado, desconsolado…
Ya hemos imaginado e incluso intentado comprender a un individuo religioso y a su postura sobre el ateísmo, Ahora, podríamos imaginar al ateo, un hombre que, instruido con una fuerte enseñanza lógica, ha visto el concepto de Dios como un absurdo y a la religión como fruto de viejas ideas también absurdas. Simplificado así, el ateo puede considerar miserable al individuo religioso y enorgullecerse de ser un “hombre de razón”. Eso mientras no empiece a caer en el pesimismo de no tener sentido alguno para su vida, de ser insignificante en el infinito, de tener una vida que no es más que un ensayo para la muerte. Si este “hombre de razón”, llega a caer en este pesimismo, dificilmente podrá volverse religioso (en busca de consuelo) pues prácticamente tendría que “lavarse el cerebro”, tendría que borrar casi toda su memoria y como obviamente no puede, empezará a buscar alternativas. Dado su modo de pensar, lo primero que que podrá ocurrirsele (por lo simple), será la muerte (suicidio), pues, estando muerto no puede haber angustias ni dolor y aunque tampoco puede haber alegría, como considera que su vida es mayoritariamente una tristeza y un desconsuelo constante, será mejor la muerte. Aquí puede terminar la historia de este individuo, a menos que se tope con una filosofía capaz de enfrentarse cara a cara con el sin sentido, como la de Nietzsche, que por cierto, lo volverá más antirreligioso (o concretamente más anticristiano). Y aquí puede otra vez terminarse la historia de nuestro ateo en lo que a cambios importante se refiere. Pero si no es así, si nuestro individuo llega a ver consuelo en el pluralismo, en el constante fluir de los opuestos, en la no existencia de un todo, de una unidad que abarque todo, de un Dios que juegue con los hombres como un titiritero con sus marionetas; podrá considerar como Heráclito que: -”Es la enfermedad la que hace agradable la salud; el mal el bien; el hambre, la saciedad; el cansancio, el descanso” y como Luis Farre que: -”En la diversidad está el principio del placer [...] La vida es gozable y es vida justamente porque no se estabiliza…”; tendremos entonces a un hombre “de razón” que, enemigo del monismo (del todo) como de la idea de Dios y esencia; considera el mundo un incesante, un eterno fluir o movimiento y encuentra en ello la justificación para vivir, un sentido, ausente en la muerte, pues la muerte es garantía de nada, ya que en ella no hay movimiento y carece por tanto del “potencial de placer” de la vida.
Hemos imaginado así, simplificadamente, a un religioso y a un ateo. Ambos con sentido para su vida. El agnóstico sería el ateo que ha comprendido al religioso y que no tiene conflictos -políticos, en lo que ha legislación se refiere; de agresividad o de intentos por imponer alguna idea- en su diario vivir; todo esto simplificadamente claro está. El agnóstico considera que imponer su verdad al religioso es solo hacerle daño si no puede entregarle también un sentido y generalmente no puede, generalmente quitarle su verdad al religioso implica condenarlo a la miseria en pro casi de un suicidio… Y si no tiene problemas con él, ¿Por qué destruir su verdad?. Recalco, si no hay conflicto. Además, también están las definiciones particulares de Dios o de religión que no obedecen a las creencias populares, como la definición de Dios que intenté hacer anteriormente, que rozan la lógica y/o intentan ajustarse a ella. Otro motivo por el que el agnóstico no considera imprescindible destruir la verdad del religioso es: que el cambio de un hombre religioso a un hombre ateo ocurre de forma natural cuando la religión deja de ser “suficiente” para ese hombre. Cuando deja de ser útil y/o pasa a ser dañina (por ejemplo cuando es un mandato sentir culpa o humillarse), que, si bien no siempre sucede, de vez en cuando sucede. De modo que siendo algo natural, ¿para qué forzarlo?, alguien dijo una vez: “no arregles lo que funciona”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario